miércoles, 21 de diciembre de 2011

La comunidad (4)

Cuando ella tenía cuatro años y yo seis, nos encontramos accidentalmente en la Fuente Mayor del pueblo. Nuestras familias ya habían perdido todo rastro de amistad y se evitaban mutuamente, incluso cualquier encuentro entre los más jóvenes de ambas progenies. Yo me había escondido de mi madre detrás de la fuente y me quedé allí sentado durante media hora hasta que unos ojos azules me miraban desde el borde de la fuente. Allí empezó todo. Mientras éramos pequeños, yo solo la acompañaba cuando iba a cualquier lado con su madre. Suzanne Grewman era el lado bueno de los Paulman, había heredado todas las buenas cualidades de Mary Anne Paulman. Ella hacía caso omiso de las advertencias de su padre, don Andrés, que no quería que su nieta y el nieto del jefe, es decir yo, fuesen amigos. Su madre sabía algo que nadie sabía ni había averiguado aún. Que Miranda y yo estábamos destinados a estar juntos y que no había persona en el mundo capaz de impedirlo. A medida que fuimos creciendo, cuando nos vimos libres de nuestras respectivas madres, íbamos por el bosque a dar paseos y a explorar lugares que nadie había visto todavía.
A Miranda le encantaba encontrar ese tipo de lugares, le daba la sensación de haber cambiado algo en el mundo, algo importante. Por el contrario, a mí me encantaba verla en esos momentos y ayudarla a encontrar esos lugares. Por eso cuando cumplió catorce años le hice un regalo que más nadie podía hacerle y que le iba a gustar mucho. Le regalé mi lugar secreto en el bosque. Yo ya hacía unos ocho meses que había cumplido los dieciséis, por lo que yo ya sabía qué era y de qué era capaz. Miranda aún lo ignoraba de primera mano pero ya lo sabía porque su hermano era unos seis años mayor que ella y le había mostrado lo que diferencia a nuestra comunidad de las personas que viven al otro lado del río Ancho.
Cuando llegué a mi casa, mi madre me estaba esperando de brazos cruzados en la entrada sentada en un banco de piedra que había en el pequeño jardín delantero. Parecía enfadada o más bien disconforme con lo que le habían dicho. Lo que me espera...
-Por fin te has dignado a aparecer por tu casa. Estaba empezando a creer que tenía que recoger tus cosas y llevártelas a casa de tu adorado Jeff.
-Avisaras que ya lo hacía yo. Me voy a mi habitación... -iba a entrar por la puerta pero mi madre me agarró de un brazo y me detuvo.
-Tú no te vas a ningún lado. Ahora mismo nos vamos al despacho de tu abuelo y mantendremos una conversación de lo más interesante.
-No sé para quien...
-Es hora de que tomes una decisión.
-Vamos entonces. Que empiece la función -creo que ya sé cual va a ser el resultado de esta reunión.
 Nada más entrar vi a varios de los consejeros de mi tío. Su papel era más que nada una formalidad porque ya no hay nadie en el mundo que pueda hacerlo cambiar de opinión. Enfrente de la puerta principal estaba la puerta del despacho de mi abuelo Luke. Allí se mantenían reuniones del consejo y se tomaban decisiones. Buenas o malas. Su despacho es el lugar que más odio en el mundo. Es tan impersonal y funcional. Un archivador, un sofá, una mesa, unas sillas y unas estanterías con carpetas y algunos libros. No hay fotos ni recuerdos ni nada que indique encuentros y cenas familiares. Mi abuelo estaba sentado al otro lado de su gran mesa rellenando sabe Dios que documentos. Estaba muy serio. Mi madre se sentó en una de las sillas que había delante del escritorio. Realmente me daba igual lo que fueran a decirme, pero no iba a ser yo quien hiciera un drama. La decisión ya está tomada y no les va a gustar demasiado. Es mi vida.

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