miércoles, 14 de diciembre de 2011

La comunidad (3)

 Crucé la avenida principal y seguí una calle estrecha hacia el oeste. Era uno de los muchos atajos que había descubierto cuando era niño. Este atajo llegaba a mi casa sin tener que dar todo un rodeo cruzando media comunidad. Aunque no era la mejor de las elecciones ya que antes de llegar a mi casa, está la casa de... Miranda. Millones de recuerdos y encuentros hay en esta ruta. A pesar de ello, paso por aquí siempre que puedo. No lo puedo evitar. Necesito sentir que mi vida, antes de que Miranda se fuese, no fue una mentira, que todo lo que compartimos fue real.
Lo primero que se me viene a la cabeza cada vez que paso por aquí es a Miranda esperándome. Siempre me esperaba. Cincuenta metros antes de llegar a su casa había un tocón de un árbol que habían cortado hace tiempo. Ella se sentaba allí a esperar que yo viniese. Nunca la iba a buscar a su casa, ni ella venía a la mía. Teníamos demasiado claro que nuestras familias maternas nunca congeniarían y tampoco les gustaba que nosotros fuéramos amigos de toda la vida. Eso nunca nos importó. Miranda hacía como que no existían, pero yo sé que a ella esa situación no le gustaba. Muchas veces cuando venía a buscarla, vi que tenía los ojos rojos de llorar. Nunca le pregunté nada porque yo ya sabía de que era y ella también sabía que yo lo sabía. No hablábamos de ello. No había mucho que hacer al respecto y nosotros no podíamos hacer nada para cambiar la situación.
La casa de Miranda o mejor dicho, la casa donde vivía antes de irse, era más grande que la de mi tío Jeff, por supuesto. Era más grande y tenía dos plantas y un sótano. Era blanca y tenía el tejado de color verde. Todo en aquella casa inspiraba paz y tranquilidad. Allí vivían los padres de Miranda, sus hermanos, su abuelos maternos, una tía y ella. Ahora ya no vivía nadie allí. Tras la muerte de su mujer, don Andrés se llevó a toda su familia. Era muy triste ver una casa de esa magnitud abandonada y casi asilvestrada. La vegetación había tomado el mando del jardín y algunas hiedras trepaban por las paredes de la casa. Y el blanco, ya no era blanco. Lo que más me gustaba de su casa era un pequeño bosque que había detrás de la casa. Solíamos ir allí de exploración, hasta que su hermano venía a buscarnos. Andy es una gran persona y a pesar de pasar por lo que pasó, aún sigue encontrándole el lado divertido y positivo a la vida.  
 Por el contrario, mi casa nunca ha encajado allí. Era muy distinta a todas las demás de la comunidad. Mi abuelo Luke se ha empeñado en que los jefes de la comunidad no pueden vivir en una casa parecida a la de los demás habitantes de aquel bosque. Tenía que inspirar respeto y mostrar el poder que habitaba entre aquellas paredes. El título de jefe es hereditario de abuelos a nietos, igual que el gen que nos diferencia de todos los demás humanos. Según unos rumores, el abuelo de mi abuelo Luke había sido un buen jefe y todos en la comunidad lo admiraban porque había superado muchos problemas y aún así había conseguido que todo fuese bien para todas las familias. Hasta que pasados ya diez años después de adquirir el título de jefe, su mujer falleció y ya no volvió a ser el mismo. No era capaz de sobrellevar sus deberes así que delegó en su joven nieto, es decir, mi abuelo Luke. Mi abuelo no dio lo mejor. Hizo todo lo contrario. Primeramente reunió todo el poder y se construyó su fortaleza desde donde dirigía toda la vida de sus vecinos, saliendo solo en celebraciones importantes y actos públicos que requerían de su presencia.
En aquellos años, los Paulman (la familia materna de Miranda) y los Kolman (mi familia materna) se llevaban bien. Incluso creo que hubo lazos matrimoniales entre algunos de los miembros de las dos familias. Un hecho que no se había vuelto a repetir hasta que nació Miranda.

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